La obesidad es un desorden complejo con una etiología multifactorial que involucra la genética, hormonas, la dieta y el entorno. Es considerada una enfermedad inflamatoria crónica, de intensidad leve, que produce activación del sistema inmune y puede detectarse por elevados niveles en sangre de citoquinas proinflamatoria.
Como sabemos, la inflamación es un proceso útil y eficiente en condiciones normales. Es parte de la respuesta inmune de nuestro organismo que permite el retorno a la “normalidad”, luego de un daño producido por un agente infeccioso, daño físico o estrés metabólico. Al no resolverse completamente la inflamación o por la persistencia del estímulo que dispara el proceso, el proceso inflamatorio puede hacerse crónico.
Cuando engordamos, los adipocitos aumentan en número (hiperplasia en la infancia y adolescencia), y en tamaño (hipertrofia), los que segregan una serie de moléculas (citoquinas) que contribuyen a un proceso inflamatorio que no se resuelve, y se hace crónico.
La inflamación del tejido adiposo, sistémica, crónica, de bajo grado, se convierte entonces, en un factor de riesgo para síndrome metabólico, que contribuye a la patogénesis de enfermedades crónicas como la diabetes mellitus tipo 2 y la enfermedad cardiovascular.
En estas enfermedades, moléculas como los ácidos grasos saturados, lipoproteínas y agregados proteicos, disparan la respuesta inmunitaria y producen inflamación, que, al no poder ser eliminados fácilmente, perpetúan la respuesta y contribuyen con la persistencia de la enfermedad.
Las alteraciones que se dan en el tejido adiposo en expansión son muy similares a las de una inflamación aguda clásica, involucrando modificaciones del endotelio local que permiten el paso selectivo de neutrófilos, macrófagos, y linfocitos.
Algo muy importante es que la activación del sistema inmune no se da solamente en el tejido adiposo, sino que es identificable a nivel circulatorio y en los diferentes órganos relacionados con el metabolismo de sustratos (hígado, páncreas y músculo). Es decir, la obesidad condiciona un estado inflamatorio a nivel sistémico, que se manifiesta al medir los niveles de marcadores de inflamación en la sangre.
Los niveles plasmáticos de los marcadores o mediadores de inflamación están asociados positivamente con la magnitud de los depósitos adiposos (índice de masa corporal, porcentaje de grasa corporal, circunferencia abdominal), así como las consecuencias metabólicas de la obesidad (insulino-resistencia, dislipidemia, presión arterial), tanto en población pediátrica como adulta.
El tipo de dieta es un importante factor regulatorio que ejerce un efecto sobre la respuesta inmune. Hay evidencia que sugiere que la desnutrición conduce a inmunosupresión debida a una susceptibilidad a la infección. Por otro lado, la sobre-nutrición, conduce a inmunoactivación debida también a una susceptibilidad hacia una condición inflamatoria. Por ello, se requiere de una nutrición óptima para que tengamos un balance inmunológico adecuado y saludable.
La dieta o los patrones dietarios juegan un papel decisivo en la obesidad y otras condiciones patofisiológicas. Existen muchos antecedentes que permiten plantear que tanto la génesis como la evolución de las enfermedades crónicas asociadas a la obesidad tienen un componente inflamatorio mediado por la respuesta inmune.
Los componentes de una dieta saludable, el consumo de cereales integrales, pescado, frutas y hortalizas se asocian con menor inflamación. La vitamina C, E y los carotenoides disminuyen la concentración de marcadores de inflamación. Otros nutrientes tienen un efecto opuesto, los ácidos grasos saturados y los trans-monosaturados son proinflamatorios, mientras que los ácidos grasos poliinsaturados, especialmente los de cadena larga, son antiinflamatorios. Una baja ingesta de magnesio y el consumo regular de una dieta con alta carga hidratos de carbono, se asocia con concentraciones altas de PCR.
Entonces, debemos dejar de considerar al tejido adiposo como simple e inerte, y mirar con cuidado junto a nuestros niveles de triglicéridos, colesterol, y azúcar en sangre, nuestros valores de marcadores de inflamación como PCR.
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